Tiempo de rebeldía, tiempo rebelde
Opinión miércoles 27, Feb 2019Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- Netflix ha adaptado “The Umbrella Academy” como serie de televisión, la cual tiene algo del espíritu oscuro de la época que la vio nacer, pero sin caer en los excesos de aquellos días
La adolescencia es, antes que todo, una época de confusión. La indefinición acompaña la angustia por construir una personalidad propia al tiempo que el cuerpo crece y se desarrolla movido por un ataque multidimensional de estímulos químicos y hormonales. Procurarse un camino, un ser y una convicción a futuro generan una convulsión y revolución de impulsos que suelen detonar en las expresiones de rebeldía más improbables. Mi impulso rebelde encontró una válvula de escape en el punk rock, o en todo lo que para mí alcanzara ese mote; coincide que por aquellas épocas muchas bandas musicales coqueteaban con este género, el hardcore, el happy punk y con la cultura emo.
Una de las bandas más famosas entonces era My Chemical Romance que inserta en estos géneros del rock con tendencias y temáticas agresivas, depresivas y violentas encontraba en Gerard Way, su vocalista, a uno de los principales referentes de la época. Por esos mismos días, Way emprendió la aventura de escribir y desarrollar su propio cómic al lado del ilustrador Gabriel Bá. La serie de cómics original fue muy bien recibida y ganó algunos premios por la calidad de la composición. Hoy, doce años después de aquella música y aquél emprendimiento, Netflix ha adaptado The Umbrella Academy como serie de televisión.
La serie tiene algo del espíritu oscuro de la época que la vio nacer pero sin caer en los excesos de aquellos días. The Umbrella Academy nos presenta la historia de siete niños con cualidades extraordinarias adoptados por un científico millonario: un andrógino punk, un hombre mayor atrapado en el cuerpo de un niño, una actriz famosa que siempre consigue lo que quiere aunque en realidad nunca de manera auténtica, un líder movido por el deber y una profunda sensibilidad con un cuerpo de características bestiales, un investigador comprometido con sus propios métodos, pero movido por un genuino interés de resolver misterios, un joven capaz de hospedar e invocar a un monstruo desde su interior y la paria que se siente como “el quinto Beatle” de la familia. Con un padre emocionalmente ausente y poco interesado en cuaquier cosa que no sean sus poderes, estos siete hermanos, ajenos entre sí por muchos años, se ven obligados a salvar al mundo del Apocalipsis en ocho días.
La adaptación de Netflix se distancia del cómic en varias cosas y construye su camino propio pero, en palabras de Way, de un modo positivo que permite ahondar más en la psicología y la riqueza de sus personajes principales, en quienes descansa la calidad de este show. Las actuaciones y el desarrollo de la trama vuelven verosímil y aterrizan la ficción del cómic de un modo ejemplar; claro, seguimos enfrentándonos a personajes excéntricos y rarísimos pero que no dejan de sentirse reales ni auténticos. Además, la selección de música que acompaña los ritmos y entornos de la trama son inmejorables. Con esta serie, Netflix, Way, Bá y el productor Steve Blackman logran dar un giro a las historias de superhéroes y plantean un mundo excéntrico pero, al mismo tiempo, convincente. En el centro de la identidad de estos personajes se encuentra una cierta rebeldía que cada uno de ellos asume de un modo distinto. Irreverentes, conflictivos y complejos encarnan con mucha fidelidad los ideales del punk inglés clásico: hazlo a tu manera.
El concepto del viaje en el tiempo juega un papel esencial en la trama de esta serie. En la actualidad, el mundo de la física se encuentra dividido entre la teoría de la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica; ambas tienen principios teóricos incompatibles y, sin embargo, para ambas existe evidencia empírica. De ahí que existan muchos intentos contemporáneos por incorporar ambas teorías, aunque, hasta hoy, los resultados son debatibles.
El uso que hace The Umbrella Academy de esta teoría integrada, me parece, supone dos conceptos: la teletransportación cuántica, que refiere a la posibilidad de las particulas subatómicas de transmitir información entre sí a grandes distancias —en ficción, incluso a distancias espacio-temporales de tiempo— siempre y cuando formen parte de un mismo sistema por medio de un entrelazamiento cuántico, y el tetradimensionalismo temporal o eternalismo, que defiende que el pasado, presente y futuro existen en un mismo espacio-tiempo.
Según estos dos conceptos, a través de un enlace cuántico entre nosotros hoy y nosotros en el pasado nos teletransportaríamos cuánticamente a otro lugar-momento en el espacio-tiempo que, además, contaría con sus propias probabilidades y mundos posibles según diferentes escenarios —como si se abrieran mundos según las decisiones que se tomen, o sea, como si exitiera el mundo del Hugo que decidió escribir este artículo y terminó siendo astronauta, el que no decidió escribirlo y terminó siendo cocinero y muchos otros Hugos según las muchas otras decisiones tomadas en la vida.
El asunto con esta concepción del tiempo y de la realidad es que desdibuja el sentido y la relevancia de mi vida. Si yo soy sólo una de las millones de versiones de mí que existen, existieron y existirán, ¿cuál es el sentido de mi vida?, ¿qué me hace a mí más importante que mis otros yo? o ¿qué hace que lo que significa algo para mí, de hecho signifique algo para el Universo? De ahí que el millennial tenga una incertidumbre de magnitudes cósmicas.
De las rebeldías e irreverencias que se conjugan en The Umbrella Academy rescato principalemente la de Número Cinco quien, consciente del sinsentido que implica el mundo en el que existe, decide ir contracorriente y le planta cara al sinsentido. En respuesta él busca sentido para sí mismo, busca propósito y lo encuentra en algo muy egoísta, quizá, que es querer salvar al mundo, a su mundo y, a la vez, en algo profundamente humano, emotivo y noble que es querer volver con su familia, incapaz de concebir parte de su felicidad sin ellos a pesar de ser profundamente disfuncionales. Eso es a lo que debemos aspirar, a una felicidad colectiva, egoísta en lo fundamental porque parte de uno mismo pero nunca sin ellos — sin importar quiénes sean esos ellos siempre y cuándo se les ame de verdad: en libertad y promoviendo su bienestar. Porque ante la amargura del sinsentido no hay mayor rebeldía que querer ser feliz.