La verdad mentirosa
¬ Edgar Gómez Flores lunes 26, Ago 2019Con mi mano izquierda…
Edgar Gómez Flores
Ninguna persona y ningún gobierno puede mejorar si no acepta su realidad. Sobre esto, no es difícil saber cuál es la realidad de nuestro país: la inseguridad, lo endeble de nuestra economía, la dependencia de nuestros vecinos del norte, la corrupción, entre otros temas. Se conoce su diagnóstico y, aun cuando no se conociera, se intuiría; sin embargo, en las palabras del Presidente de México, en conjunto con el coro de la cuarta transformación, el país se desborda de felicidad, ya que distribuye mejor la riqueza (con un crecimiento del 0%), es un país optimista de su futuro, aun cuando se contabilizan más de 100 asesinatos diarios en este año.
La estrategia de Andrés Manuel es clara: mantener un discurso sobre la realidad que pretende imponer a los mexicanos y mover la verdad hacia donde le convenga.
Si en la oposición un crecimiento de .8% era mediocre y demostraba la incapacidad de los gobiernos neoliberales, ahora el 0% es muestra de una mejoría en la distribución de la riqueza en nuestro país. Antes, la guerra contra el narcotráfico fue fallida, porque nunca debió salir el Ejército a las calles.
Ahora, con el Ejército empoderado constitucionalmente, vía la Guardia Nacional y con el año más violento del país, México es un país feliz, y estas cifras, son asesinatos entre el crimen organizado, los cuales no afectan a la población.
En este sentido, nos queda claro que cualquier realidad que aqueje a nuestro país tiene un discurso de salida minuciosamente estructurado en tres pasos: (1) culpar a gobiernos anteriores (neoliberales y conservadores), (2) decir que esa verdad es información tergiversada de los opositores de este gobierno (los famosos “otros datos) y, en caso de estar acorralado ante las cifras que su mismo gobierno genera, (3) interpretar el dato negativo como un dato positivo.
Así, han pasado nueve meses y seguramente pasarán los siguientes sesenta y tres, hasta que termine este sexenio. Con un discurso evasivo y por lo tanto, irresponsable y con un inventario de culpables que no apoyan esta cuarta transformación. Por esto, veremos, hasta en doble fila, a la prensa “fifí”, a los empresarios conservadores y a los políticos neoliberales, como los enemigos que pretende el Presidente combatir, pero no vencer, porque su existencia es necesaria para justificar sus incapacidades y las de su gabinete. Esto llegó al extremo en esta semana, cuando, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, mencionó a los periodistas que el gobierno federal está dialogando con grupos armados en todo el país. Sin embargo, la misma titular de la Segob, en un posterior tuit, señaló que los grupos no son del crimen organizado, sino autodefensas y mencionó que la información referida al diálogo que mantiene este gobierno con el crimen organizado, es falso y es producto de una “lamentable edición de declaraciones”. Esto desvió la discusión de una nula política para combatir el crimen organizado en México y una pésima comunicación de la secretaria de Gobernación.
Empero, con esta declaración, todo se centró en la mala fe del editor y de los cibernautas que retuitearon las fallidas declaraciones de nuestra secretaria de Gobernación.
Este ejemplo y otros tantos relacionados con el mal funcionamiento de las políticas públicas que impulsa la cuarta transformación nos permiten ver todo un gobierno y todo un estilo político para justificar lo injustificable, para evadir hasta la evidencia de un país que no será más feliz con un freno económico, con una violencia creciente y con un deterioro de los servicios públicos.
Andrés Manuel debe saber que este estilo le es útil a él y a su gobierno mientras mantenga los niveles de popularidad actuales. Pero, una vez que rebase su piso de popularidad, seguir evadiendo la realidad de sus gobernados le generará una espiral descendiente alimentada por el soslayo de los problemas venideros. Ahora, en lo que llegamos a este momento, veremos qué nueva realidad es modificada, porque nuestro Presidente nos ha acostumbrado a que, cuando dice una cosa, también dice otra.