La mano que mece la cuna
Freddy Sánchez jueves 3, Oct 2019Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Pelafustanes, pandilleros, anarquistas o una derivación del conservadurismo, los que atentan impunemente contra el patrimonio público y privado, (junto a quienes los azuzan), deben responder de sus conductas violentas y facciosas, en aras de preservar el espíritu del derecho a manifestarse, sin causar daños a terceros.
La Constitución ampara la libertad de pensar y disentir, mediante la exposición pública de las ideas, lo que amerita la más absoluta inviolabilidad de tales libertades porque ninguna clase de represión contra estos sagrados derechos es admisible en una sociedad civilizada.
De tal suerte que una garantía plena para manifestarse debe tener toda persona o grupo que lo desee. Así de simple y así de sencillo. Sólo que, sin incurrir en violaciones fragrantes a la propia Constitución de la República.
La no violación a los derechos de terceros, en el uso de las libertades, no fue una mera ocurrencia de los legisladores que aprobaron la ley suprema en el país, sino un acto de elemental sapiencia procurando un equilibrio que garantice a todo ser humano, exponer lo que siente y lo que piensa, pero sin atentar contra los derechos de los demás.
Eso que, en forma descarada y prepotente se han dedicado a hacer los vándalos que suelen aparecer en distintas manifestaciones en la vía pública, en algunos casos amparándose en el anonimato de su enmascaramiento, a modo de no ser identificados y poder destruir a placer bienes materiales tanto de particulares como del patrimonio nacional.
Una conducta que llámese como se le quiera llamar, sólo puede ser atribuida a hordas que deliberadamente cometen sus fechorías, porque las autoridades se han quedado cortas en hacer cumplir esa otra parte que consagra la Constitución de la República, postulando la no violación de derechos de terceros, debiéndose entonces no sólo impedir daños en perjuicio ajeno, sino procediendo a castigar a los autores materiales e intelectuales de dichas violaciones contra la ley, en las manifestaciones para protestar o reclamar acerca de cualquier cosa que lo amerite.
Así que bienvenida sea la libertad de manifestación, en todas sus expresiones y motivos, pero con respeto a lo que las normas legales establecen, porque de otra manera se incurre en la censurable doble moral de defender un derecho atentando contra el derecho de los demás. O lo que es lo mismo, clamar justicia contra un abuso, incurriendo en la arbitrariedad y prepotencia de cometer otros abusos.
De modo que si es inaceptable criminalizar una manifestación, uno tampoco puede aceptar que en estos actos se cometan conductas criminales.
Y por eso, precisamente, es urgente que las autoridades “desenmascaren” a los manipuladores de los intrusos en toda marcha de protesta, dedicados a destruir bienes materiales diversos, a fin de saber exactamente quiénes son, qué intereses los mueven y, obviamente, si atrás se oculta algún grupo político o económico.
Hay que dejar de especular y probar de quién se trata para proceder en consecuencia a aplicar todo el peso de la ley. Porque, si bien es intolerable que esos mozalbetes violentos, afecten los intereses de terceros, y despreocupadamente vuelvan al anonimato hasta el día en que su “malosos servicios”, sean requeridos otra vez, no es menos digno de rechazo que en torno al ejercicio del derecho a manifestarse siga habiendo infiltraciones de mala fe, con evidentes afanes vandálicos.
Que esto venga sucediendo desde hace mucho tiempo, de ninguna manera justifica que no se proceda a una investigación que devele las identidades de los revoltosos, sean estos simples delincuentes callejeros o emisarios de la izquierda o de la derecha, derivaciones del conservadurismo o ramificaciones de cualquier otra élite política o económica, que al actuar con impunidad no solo afectan intereses particulares sino que ponen en evidencia la capacidad de las autoridades para garantizar el orden público.
Basta pues de tolerar desmanes. Y para conseguirlo, es imperativo que se proceda a actuar firmemente contra los responsables que se esconden detrás de los vándalos callejeros. O sea: la mano que mece la cuna.