Cárceles degradantes
Freddy Sánchez jueves 24, Oct 2019Precios y desprecios
Freddy Sánchez
De la cárcel, unos a la calle y de la calle, otros a la cárcel. Por una parte, así lo plantea la amnistía para delincuentes menores y, por la otra, una propuesta de reforma legal con la idea de meter en prisión a conductores ebrios.
Bajo esa nueva visión se estaría procediendo a la aplicación de la ley. Otro estilo en la forma de hacer gobierno, poniendo por delante el sublime propósito de preservar el orden y la paz social. Lo que está bien, aunque por encima de todo y antes que nada, es indispensable rescatar al país de las “mortíferas garras” del crimen organizado.
Y ahí es donde “la puerca tuerce el rabo”, considerando que las cárceles en México han servido para “malita la cosa”, en eso de lograr la reinserción social de los internos.
De tal suerte que a los que han estado presos, dejarlos en libertad, sin la más mínima garantía de que lograrán subsistir honestamente, (ante la improbable oportunidad de encontrar un empleo), podría dar por sentado el crecimiento de los índices delictivos.
Que caso tendría entonces, mandar a la cárcel a los conductores ebrios. Acaso para ayudarlos a superar su consumo excesivo de alcohol, si dentro de las prisiones no existen programas eficaces para curar las adicciones de los internos, ya no digamos en materia de alcoholismo, sino en relación con el consumo de otras sustancias sicotrópicas, que en lugar de ayudar a los internos para que las dejen, se las venden o se las intercambian por otra clase de “favores” en los centros carcelarios.
Una cosa es innegable en el manejo de las cárceles en nuestro país; las condiciones en las que han funcionado, prácticamente “desde siempre”, no ofrecen ninguna opción eficaz para la readaptación social de los miles de reclusos que esperan conocer su sentencia o se encuentran sujetos a su cumplimiento.
En ese sentido, es conveniente precisar que para darle un nuevo rostro a los penales, a efecto de que contribuyan a la restitución de la paz y el orden social, es menester que se erradique definitivamente toda forma de corrupción en las prisiones.
Porque, se quiera o no aceptarlo oficialmente, casi todos los que pisan un penal, y lo padecen por varios meses o años, en vez de adquirir una mentalidad que los invite a nunca más incurrir en delito, sino a buscar una forma lícita de ganarse la vida, suelen salir de prisión mayormente maleados y deformados. Algunos incluso alardeando aquello de: “ya salí corregido y aumentado”.
Por tal motivo, es habitual la reincidencia entre una importante cantidad de huéspedes de las cáceles. Los hay que se la pasan más tiempo presos que en las calles. Podría pensarse incluso que se sienten más a gusto estando encerrados, que en libertad. Porque, en una prisión algunos son los que “llevan la batuta” y “parten el queso”, dada su “honorable” condición de representantes de la ley del dinero y del más fuerte, cosa que estando libres no sucede.
De modo que quizás en algún momento algunos que lograron recuperar su libertad han intentado hacer algo lícito, pero debido a las casi nulas opciones para lograrlo, en poco tiempo se rehace el contacto con otro ex convicto para poner en práctica una nueva acción delictiva para lo que en su mayoría los internos carcelarios, si no tenían las habilidades necesarias cuando llegaron, las aprendieron estando recluidos.
Y es que en las cárceles, lo único que se enseña es a seguir llevando una vida de violencia criminal. Lamentable es decirlo, pero es verdad. Bueno sería entonces, que los legisladores antes de seguir con sus “calenturas” legislativas reformistas sin ton ni son, se pongan a idear nuevas formas para un manejo distinto de los penales que signifique el bienestar de los internos y de la sociedad en general.
En ese tenor, es de mencionar que los ilusoriamente llamados centros de rehabilitación social, deben llegar a serlo realmente, lo que hace a todas luces impostergable el inmediato desmantelamiento de todas las cárceles degradantes.