Marcha feminista
Armando Ríos Ruiz lunes 17, Feb 2020Perfiles de México
Armando Ríos Ruiz
El viernes pasado, mientras una buena cantidad de mujeres se manifestaba con rabia infinita afuera del Palacio Nacional, porque las autoridades, encabezadas por el Presidente de México, no mueven un dedo para combatir los feminicidios, que salieron de Ciudad Juárez, para instalarse en todo el territorio nacional como si fuera un deporte, adentro, en la “mañanera” se recitaba un decálogo presidencial que habla de la condena a esa práctica.
Ese es el remedio que se recomienda. Un enunciado de 10 puntos que habla de reprobación a la violencia, de la cobardía de agredir a una mujer y de otros reproches parecidos, como si con eso fueran a disminuir las acciones criminales en contra de las féminas y en general, de todo tipo.
Las airadas mujeres, que con toda razón exigían justicia por la brutalidad empleada en el asesinato de Ingrid Escamilla; porque están a merced de los asesinos y nadie hace nada para combatir esos delitos, exhibieron su rabia con pintas en la fachada del edificio que ocupa la Presidencia, que decían: “Estado feminicida”, “Nos están matando”, “No nos callarán”.
Recriminaron que importara más dedicarle tiempo y espacio a la rifa del avión presidencial que no se rifa, pero que sirvió para disfrazar el pase de charola en una cena que resultó la más cara en la vida de cualquier empresario del mundo: de 20 a 200 millones de pesos, que destinarlo a los grandes problemas que padece el país, verbigracia, la delincuencia desatada a todo lo que da.
Sin decirlo, sin pensarlo, expusieron lo que ya muchos mexicanos comentan: que la justicia se practica de manera selectiva, pues mientras a los amigos se les perdona y hasta se le ofrecen cargos de elección popular desde que estaban lejos de México huyendo de nuestras leyes, otros no tienen esperanzas, porque hasta los jueces reciben consignas de mantenerlos en las cárceles. Ahora es superior la venganza que un proceso justo.
Como nunca, se ha permitido que el Estado sea rebasado por el crimen. Es inclusive palpable a simple vista, la superioridad de los criminales a la autoridad, sometida en muchísimos estados mexicanos, obligada a obedecer y a cumplir sin chistar con los deseos del verdadero mandamás.
La sociedad está polarizada, aunque no por su gusto, sino porque desde arriba ha habido un insistente empeño en llevarla a esos niveles. Aun así, hasta los fieles seguidores están ninguneados, desprotegidos, porque la tendencia es clara: no molestar a los delincuentes y realizar una consulta para que el pueblo decida si son enjuiciados o no. La autoridad y las leyes, entonces, no tienen razón de ser. Están de más.
Pero los reclamos comienzan a generalizarse. La gente siente que ha sido abandonada a su suerte y observa que los malhechores habitan el mejor lugar del mundo.
Hace muchos años, los bandidos que llegaban a nuestra patria procedentes de Colombia, escribían a sus familiares y amigos; “vengan a México. Es el paraíso del delito”. Se referían a la facilidad de cometerlos, de coludirse con la autoridad y de comprar la salida de la cárcel. ¿Cómo denominarlo ahora que hay que abrazarlos y acusarlos con sus mamacitas y que más tardan en ser detenidos que en conseguir el perdón del juez?
La violencia contra las mujeres es sólo uno de tantos rubros que las autoridades no cubren y que hasta desdeñan, porque para ellas hay cosas más importantes, como rifar sin rifar el avión que ni Obama tenía. Existen muchos otros que tampoco importan, a pesar de su evidente gravedad.
Parece que el único camino que están dejando a los desesperanzados mexicanos, es idear las formas de auto defenderse, como lo hacen en la provincia los desamparados habitantes de muchos pueblos, en donde han tenido que armar hasta a los niños, para que coadyuven en esa necesaria tarea.