España, ¿la madre patria?
¬ Mauro Benites G. jueves 16, Abr 2020Municiones
Mauro Benites G.
Yo creo, que la conquista fue un choque de dos violencias crueles, pero es mucho más sencillo entender y comprender, conociendo las cosas como realmente fueron: Hernán Cortés mata cuando cree que es conveniente matar y mata por economía y por política. Es el jefe de una poderosa fuerza formada de individualidades asombrosas por su valor y su crueldad. No son crímenes ni del tiempo ni de España: el crimen vive desde que existe el hombre y todos llevamos a Abel, pero a Caín también, sobre todo a Caín, en el fondo oscuro de los impulsos. España no conquistó México. Lo conquistaron, Cortés y 500 increíbles hombres más, casi todos nacidos en lo que empezaba a llamarse España con la caída de Granada y el Reinado de Isabel y Fernando, ella mezquina, más bien tonta, horriblemente fanática de lo que entendía por cristianismo; él, Fernando, un adelantado del Renacimiento, un gran rey truhan y abusador que se hubiera reído de los consejos de Maquiavelo. España tuvo muy poco que ver con la conquista de América y empeñada en la consolidación de la reconquista propia, peninsular, en el triunfo de su espantable iglesia y en la necesaria su misión de todos los reyezuelos, los grandes señores y los últimos principillos musulmanes, ni dio importancia a lo que Colón encontrara, la prueba está en cómo el llamado descubridor acabará sus días, ni sintió placer, orgullo o nacionalismo ante las hazañas individuales de los españoles en aquel nuevo mundo que conoció, sí, a los teólogos porque destruía toda su fe fementida sabiduría, pero apenas interesó el mundo laico ni a la realeza en el poder, la mejor demostración de ello el trato indiferente, despectivo incluso, que recibió Cortés cuando volvió a España. La gente española se las trae con un feroz chovinismo nacido siglos antes que Chauvin, un chovinismo de cada ciudad, de cada pueblo, de cada aldea.
De pronto, después del sainete del 98, algunos gigantes asombrosamente vivos en aquella España, se dieron cuenta no de lo que España había perdido, sino de lo que significaba para España en ímpetu, en modorra, en vileza y hasta en cobardía aquel final cómico en las bahías de Santiago de Cuba y de Cavite, en Manila. Y seguido para los españoles de hoy, Cortés es apenas un valiente aventurero. Peor le ha ido en México. Lo atestigua la perversa, repugnante ingratitud del criollo Diego Rivera. Y seguido, pero antes del 98, entre 1808 y 1825, cuando las colonias despertaron, tampoco le importó ese despertar a los españoles que luchaban heroicamente, eso es verdad, por su propia independencia ante nada menos que Napoleón, sí, pero gritaban ¡Vivan las cadenas! Al regreso del monstruo fantoche Fernando VII, que le regresaba la monarquía absoluta y retrógrada, la Inquisición, el horror ensotanado, estúpido y tenebroso de las sucias beatas Y los puercos curas de misa y olla. Tuvo España que destruirse a sí misma, “Aquí yace media España; murió de la otra media” en la más atroz de las guerras civiles, atroz y apasionada al grado de que los combatientes de la mitad bendecida emigraron de su tierra, huyendo de la crueldad de franco, cierto, pero una crueldad nacida de la crueldad excesiva más que de los dos frentes, de las dos retaguardias, y hubo de asomar la gran personalidad de Lázaro Cárdenas recibiendo, entre muchos miles de familias, a algunos ilustres intelectuales españoles para que ahora España mire hacia la América latina, hacia México especialmente, con algo menos que indiferencia. Los premios a Octavio Paz, a García Márquez, a Vargas Llosa, a Carlos Fuentes, son en realidad premios a Lázaro Cárdenas, una rara especie de desagravio mezclado con dolorida gratitud. Los españoles nos han conocido tarde a los mexicanos. Los mexicanos los conocimos como padres violadores, engendradores accidentales que nos abandonaron a la infeliz india lastimada, orfanada, violada. No soy indigenista. No soy hispanista. Sólo soy un mexicano que trata de entender la historia de su país.