Veneno alimentario
Freddy Sánchez jueves 13, Ago 2020Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Qué hace más daño a la salud: drogarse o comer y beber, aquello que comúnmente comemos y bebemos.
Como en toda regla hay excepciones, obviamente, pero sin duda suman millones los consumidores de productos alimenticios y bebedizos que podrían ser más dañinos de lo que la gente se imagina, pero quién realmente se esfuerza en dejar de consumirlos.
Los refrescos, chocolates, golosinas en general, cremas, leches, carnes, en fin: toda esa gama de lo que pudiera ocasionar trastornos a la salud de las familias mexicanas, difícilmente podrá ser apartado de los consumos habituales.
Y es que, prácticamente igual que los adictos a cierta clase de drogas, (mariguana, cocaína, sicotrópicos y demás), los que se han acostumbrado a comer y beber lo que las empresas comerciales les venden en todo tipo de establecimientos mercantiles, no podrían abstenerse de sus adicciones sin ayuda profesional.
Y no sólo de nutriólogos, sino incluso de sicólogos y siquiatras, exactamente de la misma manera que lo requeriría un adicto en recuperación.
Ante esta realidad, es de mencionar que las autoridades no ayudan mucho para resolver este problema social, sin emplearse a fondo con todos los recursos institucionales disponibles para mejorar la calidad de lo que consume la población nacional, adoptando las acciones que efectivamente se perfilen en esa dirección.
Una de estas tendría que ser la de implementar distintas medidas de carácter fiscal para estimular el mejoramiento de la calidad de los alimentos y bebidas que consumen los habitantes de este país.
Porque, justo será que quienes al producir lo que producen, se obliguen a quitarle al máximo posible sustancias nocivas para la salud a lo que venden, y si no lo hacen o fingen hacerlo con mejoras insignificantes, que cubran cuotas contributivas más elevadas, a efecto de que estas se destinen a cubrir el gasto cada vez más creciente para el tratamiento de enfermedades relacionadas con el consumo diario de alimentos y bebidas perjudiciales para la salud.
Basta decir, que la obesidad y la diabetes, (algo así como hermanas gemelas), implican formidables erogaciones en gasto público en los hospitales donde se atiende a los enfermos, lo que sería menos oneroso en la medida en que los consumos que producen daños fisiológicos, se redujeran radicalmente entre los consumidores.
Cabe señalar, naturalmente, que tal propósito demandaría un amplia y persistente campaña de orientación familiar para hacer conciencia en las personas a fin de convencerlas de no comer y beber en exceso todo aquello que atenta contra su salud.
El inconveniente de estas acciones consiste en que para lograr un verdadero influjo social, es menester dedicar muchos recursos y tiempo a la concientización social.
Así que, en el mismo tenor, se puede decir que en todo caso las empresas dedicadas a vender productos y bebidas que no mejoren su calidad hasta reducir al mínimo los riesgos contra la salud, deberían de pagar las campañas de orientación hacia la gente.
Y es que si sus productos enferman, que se hagan cargo de curar a los enfermos. Aunque, sin lugar a dudas, no se trata de desestimular la inversión privada ni de acabar con las industrias alimentarias y de bebidas en el país, puesto que las acciones a tomar, tendrían que ser graduales, pero irreversibles y, al mismo tiempo, menos severas para los industriales que muestren voluntad de mejorar la calidad de lo que venden para consumo humano.
De este modo los consumidores tendrían a su disposición lo que haga menos daño a su salud e incluso les permita mejorarla, si los productores se esmeran en darle mayor calidad de contenido a sus productos, en sustitución del veneno alimentario.