La divina comedia
¬ Edgar Gómez Flores miércoles 7, Oct 2020Con mi mano izquierda…
Edgar Gómez Flores
Después de días y noches de andar por un bosque espeso, Andrés superó caminos sinuosos y atravesó ríos, hasta que justo al dejar la barca se encontró con la mano amigable de su gran compañero, de grandes luchas, don Manuel. Le tendió la mano, la cual sintió con un frio helado, pero con un gesto de cálida compañía. “Al fin te estábamos esperando”, le comentó don Manuel. Ambos siguieron otros dos kilómetros en una vereda fangosa y se detuvieron ante la gran puerta de madera que sentenció:
“aquí yacen los restos de aquellos hombres y aquellas mujeres que no tuvieron el valor de vigilar sus ideales y que, desde la derecha, la izquierda y el centro dispersaron palabras huecas ante sus seguidores. Aquí también se encuentran aquellas personas buenas, amigables con el prójimo pero que, por su capacidad de consumo o su poca tolerancia a la Cuarta Transformación, deben ser considerados como conservadores”
Debajo de esta leyenda, la cual se miraba como tallada en madera, aparecía con letras mayúsculas un grabado en sangre que decía “Limbo” (aunque la L por momento se desvanecía y parecía que se convertía en una “B”). Andrés se alejaba poco a poco de la puerta y con la mano derecha, soportando el brazo izquierdo por su codo, que a su vez soportaba el mentón, recitaba esta leyenda que balbuceaba. Pasó a un cuarto húmedo, con goteras y un frío que penetraba el tuétano de sus huesos. No le sorprendió ver a don Lorenzo Servitje. Sin embargo, su porte de profeta, rodeado de empresarios, líderes sociales y políticos de todas las corrientes políticas le generaron una mueca en su sonrisa. No quiso entablar conversación con alguno de ellos y le dio le impresión que su acompañante tampoco. Después le confesó que él había tenido autorización de salir de este lugar para acompañarlo por los siguientes recovecos de la medieval edificación.
Subió algunas escaleras en forma de caracol y llegó hasta el final. Anduvo por los nueve círculos del infierno. Se encontró a muchos personaje con los que conversó. Le exigió, entre gritos, a Hernán Cortés que le ofreciera disculpas y se percató que, con las manos pegadas, palma con palma, su castigo era andar arrodillado en un camino empedrado intercalado con brasas ardientes. También tuvo un encuentro con el general Porfirio Díaz a quien cuestionó cómo fue posible que después de ser un héroe nacional, poco a poco se hubiera transformado en un dictador. Díaz se tomó su tiempo y al desarrollar su historia, Andrés encontró similitud con otra historia más cercana, a su tiempo y a su persona y con un pequeño tosido cortó la conversación y dejó al general, quien estaba atado de manos y pies. Bajó otros círculos y encontró a otros personajes que prefirió soslayar; uno que resalta fue Vicente Fox quien era devorado por tepocatas, alimañas y víboras prietas, de forma eterna y Felipe Calderón, quien su castigo era vivir amordazado y con los ojos vendados.
Por fin, llegó al círculo principal, el de los traidores. En este punto resaltaron las fauces de lucifer, con tres cabezas, alimentándose de forma perenne y sádica de tres personajes que Andrés vió soslayadamente; pero al contrario de con Porfirio Díaz, le generó una sonrisa burlona; Carlos Urzúa, ex secretario de Hacienda, Jiménez Espriú, ex secretario de Comunicaciones y Transportes y en la cabeza central se encontraba el ex director del instituto que le robó al pueblo lo ya robado; Jaime Cárdenas. Ninguno de los tres gritaba y por el contrario parecían que dormían mientras eran tragados una y otra vez por esa figura mitológica.
Abandonó con arrebato el último salón y tomó un puente que lo atravesó al ala izquierda del edificio. En una terraza al aire libre. Ahí encontró el letrero de “purgatorio” y debajo de éste, una leyenda que decía:
“aquí encontrarán almas que fueron seducidas por el vicio del dinero y del poder; pero por su arrepentimiento podrán encontrar sanación”
En esta especie de páramo, Andrés encontró cierta tranquilidad. Su acompañante aguardaba a la distancia, como dejando al alumno que interactuara con el entorno. En este lugar encontró a grandes amigos; entre otros tantos pudo ver a René Bejarano, quien lo saludó con una risa entrecortada, Carlos Ahumada y con dolor vió la silueta de su hermano Pío, quien gateaba por todo el lugar. Con la cabeza agachada y una mueca desencajada. Andrés murmuró algo con don Manuel, quien cerró los ojos, como en señal de empatía; lo tomó del brazo y avanzó.
Subió unas últimas escaleras hacia un jardín donde todo se tornó de color blanco y ahí estaba Beatriz, esperándolo, lo tomó con la mano derecha, porque en la izquierda asía el libro de texto gratuito de Historia de cuarto de primaria. Andrés la abrazó y se desvaneció en su brazos.
Despertó Andrés de manera efusiva, jaló aire, tenía taquicardia y sudaba en todo el cuerpo. Este sueño le hizo pensar que debía traer al evangelio a su centro de poder y que debía generar grandes ideas para arrebatar el dinero mal habido de los conservadores; ahí nació la idea de cancelar un aeropuerto, de rifar un avión, de tomar el dinero de los fideicomisos, de las afores y de las reservas internacionales.
Pensó y me temo, sentenció, que de una divina tragedia podía convertir a este país en una divina comedia.