Presidente en el pasado
Armando Ríos Ruiz lunes 26, Abr 2021Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Tanto gusta el Presidente del pasado, que se ha remontado a los años muy anteriores a Cristo para imponer la Ley. Las instituciones le importan un bledo. Por esa razón, le importa lo mismo lo que diga la Carta Magna, a la que desprecia con toda la fuerza de su ser y a la que suple con frases que inventa en el momento en que necesita salir de un embarazo.
Antes del verdadero redentor, los mandatarios y los jueces imponían la ley de acuerdo con su propia visión de justicia y con el ánimo que prevalecía en el momento. Ordenaban ejecutar al acusado o al implicado en algún acto delictivo o lo absolvían a capricho. “De acuerdo a lo que decía su dedito”, muy en boga hoy.
El Rey Hammurabi de Babilonia concibió plasmar la ley en un código, el primero de la historia y ordenó la inscripción de los preceptos con el propósito de que la gente lo conociera. Era muy severo y contemplaba la pena de muerte para muchos delitos. Entre otros, insertó la Ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente. Serviría para “disciplinar a los malos y evitar que el fuerte oprimiera al débil”.
Hoy, en México ha sido impuesto un criterio remoto, con las actitudes que asume el Ejecutivo, cuando de aplicar la ley se trata. Borra de su mente la existencia de la Constitución, que rige el Estado de Derecho y que dicta además las conductas que deben observar los habitantes, a quienes les impone su voluntad llena de caprichos, que no de razonamientos, de acuerdo con el momento en que percibe alguna ocurrencia.
Su frase “al diablo con las instituciones” incluye a la Suprema Ley, pilar de todas las que se han creado a través de los años para bienestar de los mexicanos, resquebrajada durante los últimos 28 meses, a fuerza de pisotearla y desdeñar por completo su contenido.
El dicho de pensar para hacer, no existe. Tampoco al revés, o hacer para pensar, que es lo que entraña una absoluta falta de orden mental. Porque tampoco parece darse cuenta de que sus acciones son precisamente en este sentido. Ya es una constante el “¡va porque va!”, cuando anuncia a los mexicanos que lo critican que su voluntad será impuesta contra viento y marea.
El hecho de ordenar la inclusión de un artículo transitorio -que por ningún concepto puede estar por encima de la Constitución- para prolongar dos años más la estancia del presidente de la misma, Arturo Zaldívar, es una prueba fehaciente de su total falta de respeto a la legalidad.
Todo, para acondicionar un futuro inmediato, en el que resuelva transformar la ley fundamental y hasta sustituirla por completo, de acuerdo con rumores surgidos últimamente, en aras de perpetuarse en el poder hasta que el cuerpo aguante y entonces heredarlo a alguno de sus hijos, por más que diga que en 2024 se largará a su rancho “La Chingada”.
Una cantidad inmensa de juristas ha elevado la voz para condenar el atropello, mientras otros hacen su agosto con amparos que la gente se apura a promover, para evitar el desastre, anunciado cada día que en las conferencias mañaneras se escucha la voz tipluda que esgrime nuevos ataques a la sociedad, secundados por una caterva de legisladores a su completo servicio, carentes del más estricto conocimiento en la materia y de la vergüenza que dignifica.
Nadie en su sano juicio sería capaz de creerle, cuando en el pasado dijo varias veces que lo dieran por muerto, al preguntarle si contendería por la Presidencia en turno. Menos ahora que se sabe con certeza, que todos los días, en su conferencia, no hace más que lanzar su acostumbrada andanada de mentiras, que obedecen a una enfermedad que se llama pseudología fantástica, sin inmutarse un ápice. Razón que denuncia su afección mental.
Mientras, el ministro presidente, Zaldívar Lelo de Larrea, espera con su disculpa ambigua convencer a Montescos y Capuletos y luego prolongar su estancia, una vez que los ministros de la Corte, convencidos con algún argumento de esos que persuaden sin razonamiento, le otorguen su anuencia.