La sucesión
Armando Ríos Ruiz viernes 18, Jun 2021Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Durante los últimos días, algunos políticos de la 4T han optado por dar a conocer su intención de buscar la Presidencia de México. Tal vez con la idea de que alguien puede ganarles la delantera y sin razonar en que su figura se encuentre dentro de la posible aceptación de los votantes o simplemente a la altura de merecer ese cargo tan importante.
Se nota que algunos no tienen la mínima esperanza, aunque su abultado ego se esmere en decirles lo contrario y los apure a hacer público su deseo de llegar a la Primera Magistratura, porque se sienten próceres indispensables en el manejo del destino del país. Tal vez son los que nunca lo externan, pero piensan, cada vez que su jefe máximo actúa, que lo hubieran hecho mejor. “Yo hubiera hecho o dicho tal o cual cosa, en lugar de semejantes regadas…”
Porque creen que son superiores a cualquiera que tengan enfrente y en el caso de la sucesión, no es remoto que piensen sinceramente que el actual mandatario falla demasiado y ellos hubieran hecho un papel mucho más decoroso. De tal manera que el orden sucesorio les quedaría como traje a la medida, para mostrar al pueblo que su actuar sería digno de los más nutridos aplausos.
Este es precisamente el caso de Gerardo Fernández Noroña, quien repetirá en la Cámara de Diputados y quien no ha vacilado en exponer su deseo de convertirse en sucesor de López Obrador, porque se siente con merecimientos de sobra. Es muy difícil que un hombre acepte no contar ni con la preparación ni con la experiencia ni con los atributos necesarios para arribar a cualquier cargo.
La observación ha demostrado que todos piensan que son los mejores. Por eso, nadie es capaz de decir con entereza: “no acepto porque no podría con tal encomienda”. Al contrario, los menos inteligentes a todas luces pretenden que cualquier tarea les queda hasta pequeña. Luego en la práctica andan en busca de la excusa, que les resulta peor, porque ni para crear una buena disculpa sirven.
Estas condiciones se han repetido por todos lados durante la presente administración. La inmensa mayoría de los funcionarios se ven demasiado pequeños ante los puestos que ostentan. No hay uno que diga que lo dejará para que lo ocupe alguien con mayor capacidad. No hay conciencia.
Los politólogos ven como los preferidos del Ejecutivo en turno, a dos personajes que, digan lo que digan, no califican. Como dijo Rubén Figueroa padre, ex gobernador de Guerrero: “la caballada está flaca”. Pero la verdad, hoy está famélica: Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard.
El único mérito de la primera consiste en haber sido durante toda su historia política, obediente al tabasqueño y eco de todos sus dichos, porque no tiene ingenio propio. Su pequeñez es notoria. Su inteligencia no pertenece a lo que presume: a una científica. No se es por el hecho de haber estudiado una carrera relacionada con la ciencia. Se es cuando se demuestra a plenitud.
Quizá por no ser científica es que decidió ser política. Pero política que no hace nada. Sino ser fiel hasta la pared de enfrente al jefe. Ser leal, aunque sea la única cualidad que tiene. Con eso basta. La lealtad es un mérito reconocido, principalmente en la actividad que desarrolla, aunque la mente no le funcione con claridad, menos con brillantez. Por eso, el Presidente confía en ella ciegamente.
¡Qué haría como Presidente de México? ¿Acabar de destruir, por copiar fielmente la tarea iniciada por su maestro?
Marcelo Ebrard es otro campeón de la lealtad. Sin duda, con más capacidad que la anterior, tiene el mérito de haber dimitido en la carrera presidencial en 2012 y de ceder la candidatura al tabasqueño. Por eso fue rescatado de su refugio en Francia y traído a cumplir con un encargo.
Pero sus antecedentes viajaron desde el pasado al presente, con el accidente en la Línea 12 del Metro, que costó 26 vidas y 80 heridos. Una multitud ya los desdibujó. Ya juzgó la incapacidad de Claudia y la construcción de un tramo del Metro para engordar las cuentas bancarias del segundo.