Dios en su palacio
Armando Ríos Ruiz miércoles 26, Jul 2023Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Desde la aparición de Xóchitl Gálvez en el escenario de la sucesión presidencial, como una digna rival del Presidente y todo el descomunal poder que da su investidura, el señor de Macuspana ha comenzado a dar muestras de un desquiciamiento y de una rabia infinitos que lo fuerzan a exhibirse como el único y auténtico salvador de los mexicanos.
Hoy no se trata de sus acostumbradas mentiras, sino de algo que muchos observadores ya habían concebido desde hace tiempo: de creerse realmente el único hombre capaz de conducir a su rebaño a la salvación y el único en el mundo que puede competir don Dios, con los métodos más retrógradas.
Hasta antes de la decisión de la senadora, parecía confiado en materia de sucesión. Jamás imaginó, con todo y el poder divino que cree poseer, que el desacato a una orden judicial de recibirla en su mañanera y con todo el derecho de réplica que la ley otorga, le depararía un escenario que ha convertido a la señora en tiempo récord, en la única rival con posibilidades reales de ganar.
La risita sarcástica que descomponía su cara en una mueca burlona desapareció repentinamente, para dar paso a un rostro descompuesto por la rabia, siempre que se refiere a la hidalguense. Echó a andar a sus fieles esbirros obedientes, para investigarla y encontrarle abusos de sus empresas que su propio gobierno y su partido, Morena, han contratado. Eso debe doler mucho.
Ha pretendido ver en la infancia de pobreza de la ahora seria adversaria, motivos para descalificarla y ha recurrido a todas las argucias rebosantes de ofensas, como el hecho de que vendiera tamales y cosas parecidas, para posicionarla entre la ciudadanía como a una mujer despreciable.
Todo esto, sin discusión, sólo ha servido para que la gente voltee a verla con verdadera admiración. Sencillamente, porque es quien la desprecia con las calumnias que encuentra en su mente revuelta y al hacerlo, descubre sus verdaderas virtudes. No inventadas. No concluidas como en él, que creyó y se convenció de haber nacido para algo prodigioso, porque se lo dijeron en casa cuando era niño, de acuerdo con quienes lo conocen bien.
Ahora resulta que los periodistas serios. Los de veras pensantes. Los más inteligentes. Los que forman opinión y por eso le molestan sobremanera, han iniciado una campaña “sucia. Muy perversa. Muy inhumana. Muy autoritaria. Fascista. De mucha maldad”, de acuerdo con su apreciación.
Se revuelve cuando le advierten que sus injurias pueden ser traducidas en una petición a sus amigos, de causar a la aspirante un daño irreversible.
Ahora resulta que algunos medios quieren desestabilizarlo, cuando a simple vista se nota que es el pueblo el que ha comenzado a arropar a la señora, quien no tiene ninguna culpa de ser auténtica y carismática. Con un léxico popular que la identifica con todos los mexicanos y que por cierto, no le queda a cualquiera.
Ahora resulta que constata una campaña que acaban de “echar a andar, muy irresponsable. Perversa. De malas entrañas y riesgosísima”, cuando se habla del inminente peligro que corre la senadora, de ser atacada por alguien que interprete dichos matutinos como una orden de hacerle daño. Como suele ocurrir. Ahora resulta que es ignorante de que sus agravios pueden hacer un daño irreparable. Como ocurre con los periodistas a los que diariamente vilipendia. Inclusive ha inventado dentro de sus mañaneras otros programas infectados por la insidia, que seguramente han contribuido a que México sea el país más riesgoso del mundo para ejercer la profesión.
Insiste en vanagloriarse al afirmar que no actúa de manera perversa y que es partidario del amor al prójimo (alabanza en boca propia es vituperio, reza el dicho). ¿Y sus invectivas diarias? ¿Y sus rechazos de respeto a las leyes? ¿Y su desprecio a acatar para recibir a la señora en obediencia a su derecho de réplica?
Sus descréditos llenos de vitriolo no lo eximen de poner en riesgo una vida.