Acapulco, paraíso y pesadilla
Guillermina Gómora Ordóñez martes 31, Oct 2023Caleidoscopio
Guillermina Gómora Ordóñez
La bahía de Acapulco, Guerrero, se ha convertido para miles de personas en el peor recuerdo de su vida, luego de haber sobrevivido al paso del huracán “Otis” categoría cinco. La furia de la naturaleza transformó el paraíso vacacional en la antesala del infierno. La devastación es total, afecta a quienes viven en el puerto y los municipios cercanos. Rebasó al gobierno.
Mi hermana y mi sobrina dan testimonio de la tragedia, vacacionaban en el hotel “El Cano”, no hubo alertas, ni protocolos de evacuación en el lugar. Como en muchos sitios, donde la negligencia e indolencia de las autoridades provocó que no se preparara a la población y a los turistas que vacacionaban.
En el caso de mis familiares, les alertamos desde la Ciudad de México y aunque trataron de protegerse no se libraron de la pesadilla que representó ver cómo la habitación donde se hospedaban la hacía pedazos el fuerte viento del huracán que rompió los vidrios del ventanal y se llevó el balcón, los colchones, muebles y todo lo que encontraba a su paso.
Salvaron la vida refugiándose en el closet, luego de que les cayó parte del techo y el muro del baño. La descripción que hacen es de terror, las rachas de viento del huracán levantaban como plumas todo lo que encontraban a su paso y lo rompían. Vieron cómo salió volando la televisión y el mueble para guardar ropa donde estaba colocada.
En absoluta oscuridad, no había servicio de luz, se desplazaban por la habitación tratando de buscar un rincón seguro, en el intento una racha de viento voló a mi sobrina, mi hermana alcanzó a sujetarla de la cintura. Se amarraron después con las sábanas que habían logrado rescatar y así de rodillas gatearon por la habitación, con el riesgo de cortarse con los vidrios rotos del ventanal, lo único que quedaba en pie de la habitación era el closet y se refugiaron. Las horas que pasaron ahí, dicen, han sido las “más largas y tortuosas de sus vidas”. Pensaban que morirían.
Al amanecer, pasada la furia de “Otis”, empleados y huéspedes recorrían el hotel para apoyar a quienes quedaron atrapados en las habitaciones, las ayudaron a abrir la puerta de su cuarto que estaba atorada y las bajaron a un salón de eventos, dañado por el huracán e improvisado como refugio. El miedo se reflejaba en los rostros de quienes sobrevivieron y la angustia e incertidumbre entre quienes buscaban a familiares, amigos y compañeros de trabajo que no daban señales de vida. La incomunicación también provocó una crisis de ansiedad e histeria.
Todos querían huir de Acapulco. Buscando cómo regresar a la Ciudad de México y sin conocer la dimensión de la tragedia provocada por el huracán, mi hermana salió a la Costera Miguel Alemán y al ver la devastación de las calles, negocios y hoteles se estremeció. El paraíso de Acapulco ya no existía. El miedo le regresó al ver los saqueos y a la gente buscando un lugar seguro y algunos heridos deambulando por la avenida principal del puerto guerrerense.
Para nuestra fortuna, ya están en casa, con golpes contracturas y moretones, nada grave. Indescriptible la angustia que vivimos al no saber de ellas y conocer la magnitud de lo que había pasado.
“La Perla del Pacífico” y sus pobladores sobreviven entre el caos y la tragedia de haberlo perdido todo en lo material y algunos a sus familiares que murieron por causa del huracán. En Acapulco y comunidades aledañas escasean los alimentos, el agua potable y el combustible. Miles de personas están a la intemperie, se quedaron sin casa.
Amigos que viven en el puerto me cuentan que el Plan DN-III, aplicado por el Ejército en este tipo de crisis resultó insuficiente. Los robos de pobladores en tiendas de conveniencia calificados como “cohesión social” por la alcaldesa de Acapulco, Abelina López Rodríguez, también afecta a los porteños, pues bajo el pretexto de buscar alimento entran a casas de particulares a saquear lo que encuentran.
Otra preocupación que tienen los damnificados es la politización de la entrega de ayuda y despensas con fines electorales. La gente está enojada y ha dicho que se la cobrarán en el 2024. Lucrar con la tragedia es deleznable, militarizar la ayuda y reconstrucción es muy preocupante.
Andrés Manuel López Obrador delegó el control de la situación en el Ejército, aunque se define como humanista no ha estado con los afectados, con el “pueblo bueno”. El pasado viernes prefirió irse de gira al Estado de México para anunciar que su “farmacia más grande del mundo”, se establecerá en Huehuetoca. Esas son sus prioridades.
Mejor sería, que su gobierno trabaje en una estrategia de apoyo a hoteleros, comercios y pequeñas empresas. Los ingresos de Acapulco, representan el 80 por ciento del Producto Interno Bruto de la entidad y se destina para financiar a 79 de los 81 municipios. Nada se ha dicho para apoyarlos, pese a que generan el 75 por ciento de los empleos estatales, vía el sector turístico y de servicios.
Sobre aviso no hay engaño, el pueblo sabio ya sentenció: “se los cobraremos en 2024”.